Hay recuerdos que no necesitan una imagen.
Basta con un sonido para abrir la puerta de la memoria.

El canto del gallo al amanecer, el pito de un bus en la avenida, la voz del vendedor que grita “¡mazamorra calientitaaa, Sandia y Piña…», o la campanita del carrito de helados que hacía correr a los niños del barrio.
Son pequeños fragmentos de vida que se quedan grabados en el oído… y en el alma.
En este nuevo episodio de Latino Express, reflexiono sobre esos sonidos que marcaron nuestra infancia en América Latina.
Esos ecos cotidianos que, aunque a veces no lo notábamos, formaron el paisaje emocional de nuestras vidas.
Hoy, viviendo en otras ciudades o países, basta escuchar algo parecido para sentir un golpe de nostalgia, una sonrisa involuntaria o ese nudo en el pecho que dice: “ahí está mi historia.”
Pero también, con el paso del tiempo, aprendemos a reconocer nuevos sonidos del hogar:
el silencio ordenado de las calles, el crujido de la nieve, el anuncio en inglés del autobús, el timbre digital del apartamento.
Al principio suenan ajenos, fríos, sin alma.
Hasta que un día nos damos cuenta de que también son parte de nuestra historia.
Porque el hogar no siempre está donde nacimos.
A veces está donde aprendimos a escuchar de nuevo.
Este episodio es una invitación a cerrar los ojos, dejar que la memoria hable y escuchar los sonidos que te han acompañado toda la vida — los que te recuerdan quién eres, y los que te dicen que sigues creciendo.
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Disponible en Spotify y Youtube.
Latino Express – El sonido de nuestra infancia

